Recuerdos de Brasil

Rio de Janeiro

Sencillamente me deja con una expresión de palmera tropical enclavada cien años atrás, me deja un sabor de arena azúcar rubia, de azúcar clara, de cielo con pocas estrellas y luna llena, me produce una sensación orgiástica, las chicas de Ipanema, las de Copacabana, nuestra señora de la Copacabana, Stone of a beach y aunque habían muchos turistas tenía cierta magia flotando en la sala de estar, backpackers, havaianas, eu sou safado, eu sou viado, tudo bem, uma pra empezar y así se sucedió Río tal cual una garota, una caipirinha, chicas corriendo, chicos haciendo ejercicios, lembranca, lembranca do Río, dois reais todo a dois reais.
Fue el Cristo, ir subiendo escalón por escalón hasta la cima, el Cristo redentor de Corcovado me produce un gesto de avanzada, me incita a inventar un léxico curioso y místico, desde ahí pudimos ver la ciudad desde todos sus ángulos y recovecos, sacamos fotografías e imágenes grabadas sobre cada piedra en la memoria.
El suspenso me lo creó la favela la Rocinha, al entrar vi la ametralladora más fulgurante en las manos de un bandido cuidando la entrada, fue avanzar y adentrarnos en ella y ver motos pasando cubriendo la calle como peces con escopetas. Todo en la favela parecía reinterpretarse, parecía ficción pero la ficción más atrevida salida directamente de la cabeza de un loco director de cine independiente. Rio fue el dinero que no teníamos y todas las orillas del mundo. I love Río, i love Copacabana.

Sao Paulo

En cambio fue algo raro, era Lima en el futuro, Nueva York con aliento latino. Locos en la calle, viajar en metro un millón de veces como se viaja cuando vamos dentro de una almendra o cuando simplemente agitamos las ramitas de un árbol y salimos volando por una carretera o por la Rua Vergueiro o por la estación Paraíso o Praca da Sé o Praca da Luz.
Esta ciudad me dio el pretexto para decir que me gustó su personalidad de chica playboy, pretexto suficiente para incitar a crecer un árbol y su verde augurio en una manzana entera de esta ciudad polifacética y bicromatica. Los helicópteros como insectos de metal van de edificio en edificio que tapan todo rastro de rayos uv. Sao Paulo parecía una ciudad seria, inmersa en sí misma, respetando sus reglas irregulares, fue el punto medio entre Brasilia y Rio de Janeiro y me ha dejado con ese aroma que te dejan las ciudades cuando te vas, como un soneto de Vinicius de Moraes y la música de fondo de Tom Jobim.

La gayrota de Copacabana

Media noche en Río, caminando por la Rua Duvivier con destino al Atlántico, se escapa la mitología griega de los libros de historia, seres contorneados con peces globos increpando libertad, inventando el solsticio en esos labios que pueden engañarnos, digo, engañar a un hombre cualquiera.

Frente al atlántico

Fucho, trucho, mucho, lucho, cucho, Boier y Mocomán tomando unas brahmas frente al mar de madrugada, mirando la infinita oscuridad, encendiendo la pirotecnia en el corazón, musitando palabra por palabra en portugués o en español, no importa, entendiendo que no hay mejor cerveza que la que tomas con tus amigos y que los grados de alcohol se miden por la calidad del momento.
Entendiendo que estamos lejos y es acá cuando suceden las cosas más verdaderas y de pronto sin enterarnos terminamos enamorándonos de este balneario, de su arena, de sus mujeres y de ese elegante silencio que rompen las olas.

Niteroi

Cruzar en barco por primera vez hacia Niteroi fue flotar sobre el mar, el centro de informaciones y el espectáculo de ojos celestes que el mismo Niemeyer dibujó, caminar por el litoral como si voláramos en Lisboa en la época colonial, todo por llegar al MAC o museo de arte contemporáneo, un platillo volador al borde del océano, con una rampa roja bailando samba casi como si soltáramos un par de trenzas al aire.
Defino el MAC como lo mejor de Niemeyer aquí lo respiro en cada curva, el espacio no tiene mayor significado y los poros de Oscar están encallados como un velero rompiendo en los peñascos. Los espejos de agua se unen con el mar y el paisaje termina hablando consigo mismo, el océano y el cielo se integran en un sonido que nunca acaba.


ELEA Brasilia 2010

Tierra naranja, granja do Torto, Rodoviaria, la diferencia horaria proporcional a la rotación de nuestras cabezas sobre su propio eje cuando pasa una brasilera, Niemeyer en todos los sentidos de la palabra, la catedral, el congreso, la alvorada, Elea de las moscas, de las colas y colas, de las tetas y bikinis, de las lluvias y relámpagos, truenos rayos y centellas. Cincuenta años resumidos en un solo hombre, la modernidad, la utopía, la magia, el churrasco en las madrugadas, el pan con hot dog, el berequete, trencito chu chu, se viene la pelota la pelota ta tá, Barsilia, los almuerzos de chorizo y frejoles, el encanto paraguayo, la cevicheria 1, la cevicheria 2, remar en una batea llena de pisco sour, galpón siete, las clases de Salsa con Moncho y la navaja en la lengua, la macarena cuando venían los perros, los hombres vestidos de mujer, los baños colapsados, el trompito para mezclar caipirinha, Babá, el albergue, la cachaza, el Topo galanazo, Coco el Babá peruano, las bicicletas para recorrer el predio completo, “me enamoré de una bandida! Me enamore no encuentro salida, me enamoré me enamoré”.

Fotografía tomada momentos despues de la lluvia.

*Escrito aquel Octubre inolvidable, cuando me enteré en Brasilia que Vargas Llosa había ganado el premio Nobel de Literatura.

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